BRUNIDORA DE CILINDROS
RECTIFICADORA DE CILINDROS
BRUNIDORA DE CILINDROS
Jorge Degrolia tomó una decisión de gestión: invertir en la Rottler H85A para convertir un oficio variable en un proceso estandarizado. La apuesta no fue por “más tecnología”, sino por menos incertidumbre: calidad que se mide, tiempos que se cumplen y un equipo guiado por procesos, no por intuiciones.
En Pando, el taller funcionaba con oficio y reputación. Pero la variación se colaba por rendijas pequeñas: un ángulo de cruzado que cambiaba según el turno, una rugosidad que pedía retoques, un set-up que se estiraba cuando faltaba el operario más experimentado. Nada dramático; todo solucionable… hasta que esos “detalles” empiezan a costar horas, retrabajos y oportunidades. La pregunta de negocio cayó sola: ¿vale la pena fijar parámetros y trabajar con método?
La respuesta llegó por una secuencia simple. Primero, asesoramiento técnico para entender el tipo de motores, volúmenes y el flujo de planta. Luego, la elección de la H85A por su control preciso del ángulo de cruzado, su avance automático y el retractado que evita marcas al final del ciclo. Y, en paralelo, algo que muchas pymes evitan: delegar. Armotive se ocupó del papeleo para que el taller pudiera concentrarse en lo importante: cambiar la forma de producir.
Confirmada la compra, Jorge hizo un movimiento clave: viajó a Indianapolis, al Performance Racing Industry (PRI), para capacitarse y ver la H85A en operación real, junto con el equipo de Armotive. No fue una foto con máquinas; fue una clase intensiva. Volvió con claridad sobre lo que hace la diferencia: parámetros definidos, procedimientos claros, verificación sistemática de acabado, y pequeños hábitos que recortan tiempos sin sacrificar precisión.
La instalación en Pando no se vivió como “llegó la máquina”, sino como arrancó un sistema. Se documentaron parámetros por familia de motores (diámetros, ángulos, rugosidad), se ordenaron procedimientos de arranque y se pegó al lado del equipo un checklist de control: cruzado, RA/Rz, consumo de piedra y una visual rápida del mallado. En paralelo, trazabilidad por pieza: fecha, parámetros, operario. El efecto más visible fue silencioso: desaparecieron las discusiones de turno. La operación dejó de depender de la memoria y empezó a apoyarse en estándares medibles.
Los clientes lo notaron por donde más duele o brilla: entregas en fecha y postventa sin sobresaltos. Puertas adentro, cambió el foco de la dirección: con la calidad estabilizada, Jorge pudo ordenar agenda, aceptar trabajos que antes eran difíciles de prometer y ajustar precios con otra seguridad. El operario “estrella” dejó de apagar incendios para convertirse en referente que afina parámetros, forma a nuevos integrantes y mejora el método. Los ingresantes ya no copian gestos: aprenden un proceso.
¿Números? Sin prometer milagros, las mejoras típicas aparecen rápido cuando se ordena la operación: variación de cruzado que cae a márgenes estrechos, dispersión de RA que se reduce, tiempos de ciclo que bajan gracias a la automatización y a un set-up más predecible, y retrabas que desaparecen con el retractado correcto. Más que una curva ascendente, es una línea estable: previsibilidad.
Hubo desafíos: cambiar hábitos, registrar datos, sostener disciplina cuando el taller se acelera. Ahí el viaje a PRI jugó su partido; ver el proceso completo —de la preparación al control final— quitó ansiedad y dejó una idea simple: si se mide y se documenta, se repite.
Hoy, Degrolia Rectificaciones opera con otra tranquilidad. La H85A no “hace magia”; ordena. La diferencia no es solo técnica: es de gestión. Estándares, parámetros definidos, procedimientos y control. Menos azar, más negocio.
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